martes, 21 de junio de 2016

Fui al pasado pero ya no había teatro.

Los niños se turnaban para mirar al público por el hueco de detrás del escenario. Cuando se asomó Mariquilla la empujaron y quedó a merced de la opinión de todos los que ocupaban la iglesia. Toda su familia estaba en la tercera fila, yo en la segunda. La saludé, sin recordar que era imposible que mi yo de seis años supiese quién era.

Ella me miró tan desafiante como perdida, con sus enormes ojos marrones oscuros. Empezó a cantar, sola. Su voz estaba tan poco corrompida como su alma, cantaba su alma. Ella era bonita y no sabía que sería yo, ni yo tenía intención de decírselo.

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