jueves, 13 de febrero de 2020

Máximo relativo

Sabía que estaba contenta. Pero no sabía que en mi vida adulta describiría en mi cabeza ese día como uno de los más felices de mi vida. 

No feliz en abstracto,
no feliz en teoría.

Ni siquiera querría ya revivir ese día. 

Pero no recuerdo haber sentido ese grado de plenitud. Tenía quince años y todo para ver un futuro brillante. Tenía quince años y un presente en el que poder brincar. 


Todo fue bien, tropecé muchas veces. Caí en pozos profundos de los que pude salir. Aprendí lo suficiente para saber que la cristalización de mi adolescencia es solo una pintura emocional. Dejé de buscar como una drogadicta el pasado en el presente, ni los futuros perdidos. Fui consciente de que a veces he sido mayoritariamente víctima, y otras veces mayoritariamente responsable. Fui consciente del peso que tenía ser mujer en mi historia. 

Por eso sé que ya no sentiría la misma desmesurada felicidad en las mismas circunstancias. Aunque nuestras sombras, mi sobrada seguridad y tu sonrisa boba, se reencuentren en algunos de mis sueños.  Aunque haya otros fantasmas me llenen de desprecio hacia mí misma.

Siempre seré una alcohólica del amor romántico.


Pero el feminismo nos enseñó que otra forma de querer es posible. Nos enseñó a querernos a nosotras primero. Dejamos de saltar sobre camas elásticas cada vez más alto, rogando que siguieran ahí en cada bajada. Aprendimos a deslizarnos con las manos por la tierra y por el mar.

Y ya no puedo saltar tan alto, pero salto cuando me da la gana.


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