viernes, 20 de septiembre de 2019

Tesis

Pensaba que el día que me doctoré iba a ser uno de los días más felices de mi vida. Como lo que dicen de las bodas, o de los partos; en mi caso un bebé en forma de tesis doctoral. Mis padres me habían traído en coche y habían hecho malabares para liberarse de todos sus compromisos. Habían viajado 2000 km porque yo se lo pedí y organizaron el cóctel de después. Mi mejor amiga también hizo un auténtico esfuerzo para viajar desde Madrid para acompañarme en ese momento. Buena parte de los amigos que hice durante la tesis me acompañaron.

Fue un día que no pude disfrutar, o que no me permití disfrutar, y aún me siento culpable por ello. Aunque todo fue bien, y creo que quien se tenía que sentir orgulloso lo hizo, la ansiedad me acompañó en todo momento. Y por eso, siento que defraudé a los que más me querían. Porque dejé que un hombre me arrebatara esos momentos. 

Recuerdo aquel día como la espectadora de un sueño irreal, como el ensayo de algo que aún estaba por venir, y en el que sería feliz.  Lo recuerdo con rabia, con impotencia. Es para mí una pérdida. Un día preciado y muerto en su propio nacimiento. Una elipsis terrible, forzosa, desproporcionada.

Nada podrá arreglar ese día, no hay Cum Laude que lo compense, ni proyección laboral. Porque ese no era un día para mí, era un día para mis padres, que eran los que mejor podían leer mi estado de ánimo. 

Ojalá puedan y ojalá pueda perdonarme. 

Ojalá aquel día hubiera podido vivir el momento igual de bien que definí el grafo de longitud complementaria.

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