viernes, 30 de abril de 2010

Y él en la ducha

Era tarde, madrugada, la noche estaba más cerca de mañana que de ayer. El grupo en el que me encontraba estaba siendo dirigido hacia un gimnasio. "Ahora que me encuentro de la fachada, ya no tengo miedo" Pensé.

Nos hicieron pasar y cual fue mi sorpresa al ver, en una pista diminuta con el techo a una altura de no más de metro y medio a todos mi amigos jugando al baloncesto, presos en la cancha.

Y en la ducha, el agua chocaba con fuerza en su espalda.

No pude ver más, me condujeron a mí y a mi perplejidad hacia un módulo diez veces más grande que el anterior, habilitado para jugar a bádminton. Después de tanto tiempo, volvería a usar mi raqueta. Sentí un deslizamiento perfecto en el suelo, que acariciaba mis zapatillas.

Su cuerpo moreno y húmedo estaba aplastado el azulejo de la pared.


Cuando terminé de jugar, me indicaron el camino al vestuario femenino. Al pasar por delante de la puerta del masculino me di cuenta de que ésta se encontraba abierta y no pude reprimir una mirada indiscreta: Un chico estaba de espaldas, duchándose, pero no podía acertar a distinguirlo.


Sí sabes quién es. Su pelo rizado se funde con el vapor, su silueta se refleja en la oscuridad como aquella noche en el hotel. ¡Corre! ¡Entra! Acércate por detrás, seduce con tu lengua cada gota de su cuerpo. Pon tu dedo en su cuello y desliza tu mano hasta su pecho mientras unes el tuyo a su espalda...

Pero no acertaba a distinguirlo.

Finalmente, salí del recinto deportivo junto con mis amigos baloncestistas (¡Cómo me alegraba de ver a Marta!) En unos minutos amanecería. Abandonaba también el complejo otro grupo de chicos. Uno me llamó la atención especialmente: Tenía el pelo mojado, la piel morena y unos ojos negros, como los míos, que eran pozos por los que lanzarse al vacío. Me miraba insistentemente, como si quisiera decirme algo. Pero no sabía quien era.

Es él, estúpida, ¿no sientes la brisa enrarecida del doloroso e intenso amor que a la fuerza ha de ser pasajero? Vamos, devuélvele su penosa mirada de arrepentimiento.

Me miraba como si quisiera despertar en mí un recuerdo dormido. Pero por más que buscaba, la indiferencia de la resignación no había dejado rastro de su presencia.

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