lunes, 26 de abril de 2010

El Apeadero Fantasma

Un abrir y cerrar de ojos y había llegado (no tengo ni idea de cómo) a la residencia. El panorama que se me presentaba era un tanto árido: El último apeadero de un tren que por su apariencia hacía años que no pasaba por allí, pero sin embargo disponía de tres módulos de alquiler de bicicletas listos para ser estrenados. Mas al este, una parada de autobuses fantasma presidía carretera.

El pequeño complejo de la residencia universitaria todavía no estaba abierto. El edificio era pequeño, de color beige, con las paredes impecables y aún así antiguas. En las escaleras grises de suciedad de la entrada, como en el resto de la campiña que rodeaba el aislado conjunto, no había nadie, salvo Eulalia. Estaba sentada, con la mirada clavada en sus rodillas, como si toda su existencia dependiese de encontrar quién sabe qué en sus raídos y holgados pantalones caqui.

- ¡Por fin juntas en la misma ciudad! Tenía unas ganas locas de verte. - Le dije muy ilusionada.

Levantó la cabeza, clavó su mirada en el avergonzado horizonte y se mantuvo inmóvil, como muerta. Quizás no tenía ganas de hablar, intenté darle conversación:

- Esta estación de tren parece que no se usa desde hace siglos. ¡Pero las bicicletas parecen estupendas! ¿Y la parada de autobús...?

Al señalar a la parada me percaté de que alguien había allí, como si acabara de llegar. Una chica regordeta, con el pelo rubio corto y vestida de colores alegres se acercaba pegando gritos y saltando. No puedo recordar lo que decía. Se que hablaba, pero sus palabras eran necias e irrelevantes. Me irritaba.

Comencé a pedirle que dejara de molestar a mi amiga. Solo le hablaba a ella, girando a su alrededor, pero lúgubre como nunca su mirada continuaba clavada en el infinito. No podía soportarlo, me acerqué a la payasa en cuestión y le pisé el pie revestido de la zapatilla de lona rosa hasta que no pudo aguantar el dolor y calló.

- Nos vamos.- Le susurró lentamente a Eulalia
Ella se levantó y sin mirarme formuló un escueto "adiós."

- ¿A dónde vas? ¡He venido a verte! No se volver a mi casa, el tren no funciona y no conozco ruta alguna. ¡No te vayas!

Pero una vez más, su pelo rizado se burlaba de mí.

0 regalitos:

Publicar un comentario

Lo más leído