jueves, 22 de abril de 2010

Como intentar olvidarle paulatinamente

Ayer salí de mi cueva para dar un melancólico paseo de miércoles. Decidí no cruzar la carretera, quedarme por los alrededores sin traspasar la entrada de mis dominios.

Sola, pero vanidosa como siempre, reflexioné en mi paseo sobre las heridas de mis garras, que se estaban curando. No había muerto y , aunque aún sangraba, concluí que las cicatrices que quedarían me harían más fuerte. Y entonces, cuando levanté mi cabeza, un escuálido guepardo saltó de detrás del primer arbusto.

Me resultaba familiar, creo que ya lo había visto. ¡Sí! Estuve retozando con la fierecilla hace algunos meses. Era jocoso y amenazante, menos juvenil que la panterita, pero no veía ningún rastro de cicatrices como las mías. Para mí, es el tipo de animal que no es capaz de hacerte heridas, pero puede curártelas.
Me miraba con insistencia, y yo, en mi vacío dolor, no dudé en devolverle la soberbia (María, la juguetona insolente, estaba regresando).
Sí, retozamos levemente. Su tímida y falsa impertinencia afectuosa me hizo olvidar por unos instantes los arañazos amables.

0 regalitos:

Publicar un comentario

Lo más leído