sábado, 21 de marzo de 2015

Los muebles se mueven solos

Mi habitación está viajando en el tiempo. He pestañeado y la cama de matrimonio y las mesitas de noche nacaradas se han esfumado. Una niña  de trece años con dos trenzas ha saltado por encima de mí y ha pegado su cama a la pared, con su colcha de flores sonrientes. Su vida se irá  transformando con su cuarto hasta que no le quede ni un resquicio de infancia.  Su ordenador de mesa delante del cual gastará  tantas horas se quedará obsoleto, demasiado viejo y pequeño para su nueva vida.  En la mesita pleglable de la pared sus apuntes serán cada vez más  científicos y las matemáticas  ocuparán un sitio indispensable. Porque ellas nunca la defraudarán, aunque alguien de su mundo puede que lo haga. Ellas son seguras, no te confunden, no te mienten. Podrá con ellas algunas veces, y se dará de bruces con un muro de análisis otras, pero nunca estará en la incertidumbre, para eso estará ya su corazón.

Si ella supiera que dentro de un mes conocerá al chico, que más  tarde será  hombre, que más tarde la hará ceniza... Tendrá la sonrisa plateada y la contagiará de sueños. En su camita empezará a tener esas pesadillas que de vez en cuando  todavía  me asaltan a mí en la penumbra. En dos años su alma será un huracán,  no será su primer beso, pero será  su primer amor, y dejará un herida tan profunda que él será capaz de abrir siempre, porque nunca terminará de cicatrizar.  Ay, niña ilusionada con el bádminton, si supieras la lesión crónica que te espera, que te alejará de ese mundo para siempre. No sé si te gustaría saber que gracias a eso estudiarás francés  e italiano y abrirás muchas ventanas.


Pero mi habitación  se está  transformando aún más. El morado de las paredes se ha caído y ha dejado paso al amarillo. La mesa del ordenador ha sido sustituída por el viejo escritorio de mi padre,  pintado recientemente del mismo color que las paredes. Al lado un pequeño televisor de botones y en lugar de la mesa plegable, un mesita con dos pequeñas sillas sobre una alfombra para jugar con  los cochecitos adornan la habitación.  Es la sobremesa, y dos niñas juegan y corren de un lado para otro, será  la última  época  en la que serán  amigas antes de empezar a distanciarse sin remedio. Verán en la tele los dibujos animados  que recordarán con nostalgia con sus amigos andaluces cuando estén en la universidad.  Y la mayor empezará a escribir con el corazón,  gracias a su profesor de primaria, don Agustín, al que siempre le agradecerá  ser la persona que será.  Decidirá  que quiere se profesora  de lengua  para no alejarse nunca de las palabras. Eso no se cumplirá,  pero las palabras te acompañarán siempre como amigas, estarán ambiguas en el momento que las necesites, serán cambiantes a lo largo del tiempo. No te preocupes, estarán cada mañana, por si tu cuarto empieza a cambiar y necesitas contárselo a alguien.

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