Mediodía en la orilla de la playa, con toda esa gente en traje de buzo, todos queriendo conseguir el cofre hundido. No lo permitiría, tenían algo que era mío.
Mis hermanos se dieron cuenta de lo que había hecho y me siguieron. Yo corría... el cofre se estaba convirtiendo en la urna de unas cenizas. Debía alcanzar la montaña.
Atravesaba la urbanización donde vivíamos cuando mis peresecutores me alcanzaron, me hicieron girar bruscamente y el jarrón con las cenizas cayó al suelo. No sabían que aquellas eran las propias cenizas de mi incineración. En aquel momento, me desplomé.
Ahora vago por la montaña en las puestas de sol...
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