Es aquella entrada entre el sudor y el cansancio de la juventud precoz cargada de notas musicales la que recargó mi corazón de tu eventual sonrisa; lo único que echo de menos y jamás volverá suceder, puesto que la razón anidó en nuestro interior.
Las notas continuaron cuando la música ya se había acabado, quedando en mi recuerdo los desperdicios de tu huída y mi idiotez: un violín que nunca llegué a escuchar...
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