jueves, 7 de julio de 2016

El usurpador en la mezcla

Me desperté por la mañana y descubrí un nuevo correo electrónico en mi bandeja de entrada. Había sido envíado a las dos de la mañana. El mensaje, era corto "¿Salimos a cenar?". Nos citamos a la hora y lugar acordados, de los que no me acuerdo. Había algo extraño, no tenías ni barba ni pelo, te habías afeitado completamente. Tu cara difícilmente podía ser tuya y sin embargo las sensaciones negativas que sentía por todo el cuerpo me confundían. 

Fuiste de repente el padre de un amigo de la infancia. Me preguntaste si quería ver a Gonzalo, y te respondí que quería ver a Jesús, al que siempre había tenido un cariño especial. Caminamos por las Setas hasta llegar a la calle Alfaros y allí descendimos al restaurante. Esperamos en el pequeño patio alargado, lleno de enredaderas y alumbrado por farolillos. Cuando estábamos a punto de entrar en la sala de las piedras amarillentas por las paredes, frené en seco:

- Hay un problema contigo. 
- Lo entiendo. Es un poco pronto. ¿Es por mi edad?
- No, no, nada de eso. Simplemente no eres el hombre con el que yo me había citado.

Ese hombre reconoció que no eras tú. Había leído tu mensaje y había acudido a la cita en tu lugar. Inmediatamente todos los comensales se abalanzaron sobre él y me dijeron que echase a correr. Callejeé a toda velocidad por el casco antiguo hasta que llegué a la plaza, donde una manifestación estaba siendo reprimida por la gendarmería francesa con gases lacrimógenos. Intenté contactarte, pero me había dejado el bolso en el bar.

Cuando volví, ya no quedaba nadie. Cogí mi bolsó, marqué tu número en mi teléfono y me desperté.


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