sábado, 30 de julio de 2016

Del refugio de tu axila al recuerdo del banco oscuro de tus ojos verdes.

Te huelo en mi sudor más repugnante, como una especie de metáfora real. Ya sólo siento sábanas rojas y verano desnudo. Solo escucho turistas por la ventana, solo vuelvo a ver la lámpara del techo. Es que a fuerza de buscarte me aprendí la habitación de memoria. Me aprendí el fondo de los cajones, aquellos sitios donde yo era lo que menos importaban, donde estoy ahora, seguramente,  junto con las decenas de cosas que nunca te atreviste a tirar.

Ya no veo lágrimas,  creo que lloraba sudor. Y no te veo a ti, o quizás te veo demasiado. Porque solo veo imágenes enfermizas, llenas de polvo, tanto por fuera como por dentro.

Al mismo tiempo me desdoblo y dejo de referirme a ti para volverme a envolver en aquellos problemas que alguien me dijo que me abrazaban. Es así.  A mí,  en este contexto, los problemas me besan y me abrazan, me hacen desearlos desesperadamente tranquila, buscando una aventura, o irrevocablemente desquiciada, buscando un refugio.

El hecho es que estoy en ese bit en el que no quiero un refugio.


A veces pienso qué hubiera pasado si Madrid no existiese,  o si todo fuese Madrid.

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