jueves, 1 de diciembre de 2016

Atardeceres

    Hay atardeceres agobiantes y deprimentes, como los de la torre eléctrica de la campiña sevillana. Solo tienes que moverte cinco metros para que deje de ser un atardecer morado y sofocante, para que deje de rebotar en las paredes blancas llenas de grafitis, para recordar que ya se asoma la "Nuna" aunque sea de día. Solo tienes que moverte unos años para que recuerde las confidencias en los poyetes que asomaban del alcor, de las noches tranquilas en los que "ya la Luna" iluminaba todos los cultivos, los girasoles apagados.

   Y entre medias están los bares cordobeses, también al atardecer, pero frío. Y a veces allí estoy yo, atravesando la barrera invisible que sostenía la mesa, acariciando el deseo de que aquel momento automático nunca atardeciese. Y después, en cada suspiro, se desinflaba la luna.

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