lunes, 31 de octubre de 2016

Editando sus greatest hits

        Pensaba que justificaba cada acto con su pena, pero en realidad solo lo ponía en cursiva. Cambié posiciones con la mujer y cambié posiciones con la chica, quizá demasiado rápido, tal vez demasiado pronto. Y me vi dentro de la mujer desolada y me vi fuera, la vi siendo yo, a la chica feliz para ser destrozada, para convertirse en la mujer que él intentaría marchitar.  Y me sentí parte de un continuo ir y venir de almas vacías y almas por vaciar. Me fundía en un flujo de caras femeninas sin rostro, borradas.

       Pero si me remonto a los inicios y pienso en por qué accedí a entrar en el remolino (aunque claro, yo no sabía que era un remolino), no se me ocurre una razón diferente de la vanidad. Ni siquiera se me ocurre ahora, en mis circunstancias actuales. Me dejé caer sin razón, a unos brazos transparentes, a un río de emociones. 
  
    Yo quizás no sea nadie, y no lo soy. Pero él sí destaca por una razón. Créeme, nadie querría destacar por ella. Por ser la persona que en vez de hacer el amor, hace zumo con su media naranja. 

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