martes, 7 de diciembre de 2010

Niebla

Las vacaciones otoñales se paseaban entre los clientes del hotel perdido en aquel pueblo andaluz entre las montañas de la sierra. Un clima de ensueño en un entorno rural de ensueño, sin duda. Entonces, cundió el pánico general.


Se sabía desde hacía años que aquel día unas nubes oscuras y neblinosas sitiarían el pueblo y, en el mejor de los casos, ahogarían a sus habitantes. Pero es del género humano no preocuparse hasta que el problema está cerca. En efecto, en aquel instante cientos de personas cayeron en la cuenta de que sus vidas corrían grave peligro y se prepararon para una inminente evacuación.

Yo, en cambio, si iba a morir, prefería ir antes a la misteriosa torre que se alzaba junto al hotel.
Al entrar, me recibió el claustro de un convento. No parecía haber mucho más pero descubrí unas escaleritas de caracol en una de las esquinas. Tras subir durante más de un cuarto de hora salí al exterior. Pero allí no se acababa la edificación. Se ensanchaba mucho más, algo absurdo e imposible. Había árboles plantados que conformaban un bosque y una escalinata al aire libre te permitía acceder a dos pisos más. En el primer piso otro enorme bosque lo cubría todo. Un bosque ya casi invernal, delicioso, vacío, bucólico. No pude contener las lágrimas y una sonrisa. Si alguien moría deifnitivamente debería hacerlo allí.

En el segundo piso, un cementerio. Pero no un cementerio triste. Estaba situado en lo más alto de la torre y se podía ver todo el pueblo. Las lápidas estaban llenas de flores y era imposible relacionar muerte con el color gris, ya que el color amarillento del albero animaba a vivir a todo aquel que lo pisara.

-Yo vengo a ver a mi suegra.- Me dijo un anciano que interrumpió su conversación con una la lápida. A decir verdad, aquello estaba lleno de ancianos. Ancianos que habían ido a ver a sus muertos antes de morir, apacibles, sin prisa y con una llana sonrisa en la cara.

Me asomé para contemplar el paisaje cuando una pequeña neblina gris me desequilibró. Asustada, miré hacia las montañas. Pequeñas y casi líquidas nubes oscuras asomaban entre las montañas.



Mientras tanto, en la carretera, dos hombres fingían quemarse vivos.

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