lunes, 28 de septiembre de 2009

Visita a la Metáfora


Ella es mía. No me la robes por favor.

Hemos ido hoy a su casa, Rebeca y yo. Nos condujo a un diminuto salon con una pequeña tele y una fuente barroca ornamentada en exceso.

Y ella ha sido la voz masculina de mi infancia. Estaba roto, desecho, se había ido muy lejos de su lugar, ya nada le retenía en mi ilusión. Lejano y cada vez más pequeño, la cicatriz de su sien supuraba cansancio.

Cuando he vuelto a mirar, vuelve a ser ella. Me sonríe fresca, dulce, mimosa. Su tierna voz se esponja en mis oídos: canta. Sabe que la quiero, que me hechiza a cada palabra, pero centra toda su atención en mi acompañante y la invita a compartir la canción.

"¡No! No te la mereces, me tocaba a mí. Ella no te gusta, tus fines no son sinceros como los míos. Por favor, deja de cantar con ella. ¡Yo la necesito mucho más que tú!" Pienso.

Pero no escucha mis pensamientos, siguen inmersas al unísono. No puedo contener las lágrimas, solo vuelvo a oir el eco de mi destriuda infancia escolar y sentir que la incipiente felicidad me es arrebatada en esta tortuosa melodía.

Mis manos en ademán desesperado en la cabeza, el tejido más profundo del armario manchado de rabia.

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