Pero pasaban los meses, y Nogal (que así se llamaba) dejó de canturrear. Se quedaba encerrado en su jaula sin querer salir, sin saltar, acurrucado en un rincón. Después de un corto periodo murió.
Lo enterré con optimismo, pensando que ya no sufriría al verlo absorto en sí mismo.
Pero hace unos días, no sé muy bien como, el espectro de Nogal vino a posarse en mi hombro y lo vi, contoneándose graciosamente sobre su patita sana, casi pude ver que sonreía. Entonces lloré por su muerte, ya era imposible recordar sus últimos días, sólo la ilusión de los primeros.
Ahora lo sé, necesito a mi canario, o al menos a su espectro. Él me conoce mejor que cualquier otra mascota y, aunque haya muerto, su recuerdo me acompañará cariñosamente siempre.
(Por mucho, que intento no recuerdo tus defectos [A contratiempo] )