martes, 7 de julio de 2009

La Contrincante

Sin esperarlo, sin esfuerzo. ¡Había ganado ese concurso en el instituto! Al salir todos me hablaban y querían ser mis amigos. Mi padre me esperaba para felicitarme y decirme que fuera a casa. Así que cogí una moto y emprendí el camino a casa.

Al mirar por el espejo retrovisor vi a una chica rubia vestida de azul y con el pelo recogido en una coleta que corría hacia mí. Había sido mi principal oponente en el certamen. Supuse que solo querría darme la enhorabuena, como tantos otros, y proseguí sin prestarle atención.

A la altura de la ferretería volví a mirar al espejo y la imagen que pude ver me paralizó por completo: La misma chica con la cara ensangrentada y el pelo revuelto cayéndole en una cara con expresión vengativa. Aceleré todo lo rápido que pude, subí la cuesta en cuyo final estaba mi casa, bajé de aquel trasto viejo, rebusqué en mis bolsillos y la desesperación me ahogó: No tenía las llaves.

Me asomé a la cuesta y subiéndola estaba ella, con la camiseta manchada de la sangre que le chorreaba del rostro, con los dientes rotos o inexistentes y sus ojos desorbitados clavados en mí. Llamé insistentemente al porterillo, pero mi padre no había llegado aún. Intenté entrar por la cochera y tuve suerte: al tiempo que ella alcanzaba la cima, mi vecino también lo hacía en su scooter. Con el pequeño mando rojo levantó la gran puerta de pesado metal lo justo para que yo pudiera entrar.


Ella aporreó el portón y vociferó con una intensidad capaz de hacer estallar tímpanos. Le grité - ¿Qué quieres? ¿Qué quieres? ¿Qué quieres? – . La única respuesta fueron cuchicheos con el vecino y comprendí que estaban compinchados.

Entonces subí las escaleras a todo correr, pretendiendo inútilmente escapar de aquella perturbada, y me metí en el ascensor. Se cerraron las puertas. Me senté en el suelo y respiré profundamente. Se abrieron las puertas…

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