martes, 1 de marzo de 2016

Cómo he salido de una relación tóxica.

Sabes que cuando estoy triste escribo. Que lleno este espacio de palabras en vez de un cuaderno. Que mis amigos, los de verdad, a veces buscan aquí mi parte más oscura. Pero estos meses me robaron tanta felicidad que me han robado hasta parte de la tristeza. Estaba tan preocupada por todo que apenas si pude preocuparme por escribir.  Y ahora me siento en la obligación de escribir esto porque sé que hay muchas personas que están pasando por una relación como la que yo acabo de pasar y que no se atreven a dar el paso.

Mi vida ha estado llena de negatividad, de losa sobre losa, de palabras que duelen y silencios que matan. Falta de miradas, de caricias, de cariño, de fuerza, de dulzura y de apoyo. Me he cargado de responsabilidades que no son mías, de infelicidad que no he absorbido, sino duplicado. He regalado amor correspondido con monosílabos. Me he desesperado, he suplicado por las migajas del amor que, según él, le sobraba. He querido ser la solución a un problema mal planteado. 

Entonces se acabó, dejé de sujetar la carga tan pesada de nuestra relación y todo se vino abajo, porque hacía ya tiempo que él solo miraba, dejándose querer, carcomido por la depresión que le producía que yo no fuese la figura idealizada de sus sueños. ¡Qué miedo daba que todo lo que estaba sujetando se me viniera encima! Por eso quizás tu aguantas también esa carga, esa dependencia. Pero cuanto más aguantes, más peso vas a tener sobre tu hombros. Y no, no te preocupes, nada va a caer sobre la otra persona, porque se alejó de la sombra de esa carga hace tiempo.  

Se derrumbó sobre mí, sí. Me ahogó. Pero las heridas se sanan con el tiempo. Y me siento triste pero aliviada. Porque hay algo que he aprendido. Que la felicidad, sobre todo en una relación de pareja, es algo momentáneo. Que hay que esforzarse por ser feliz, valorar las cosas buenas y regalar esa felicidad a los demás. Que cuando no haces ese esfuerzo, que quizá no lo sea tanto, te hundes como quien deja de mover los pies en el agua.  Que si te resignas a ver a los demás sufrir solo encontrarás sufrimiento en ti mismo. 

Sé que haré todo lo posible para no ser así y he aprendido que no quiero en mi vida a personas que no busquen la felicidad en ellos y en los demás. No quiero personas que solo lloren por su infelicidad y la que causan a los demás en lugar de aprender y subsanar sus errores.  No quiero a nadie que vuelva la cara ante las lágrimas que provoca para no sentirse mal.

Quiero a personas que sean el motor de sus vidas, que no necesiten a nadie que tire de ellos para vivir. No quiero que nadie me deba nada emocionalmente o que sienta que yo le debo algo. 

Tú, haz lo mismo. Sal de ahí. Aprende a quererte y a ser feliz por ti mismo. Y después, busca personas positivas, que te valoren y, lo más importante de todo: Valora a esas personas y fomenta tu relación con ellas, no las pierdas.

Y no, no estoy mal. Porque sé que cuando vuelva a amar, amaré y me amarán mejor. 

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