sábado, 17 de marzo de 2012

El Escondite de los Recuerdos

Soy de esas personas que tapan los recuerdos porque no son capaces de borrarlos y, más aún, de quitarles valor. Hay personas que se tergiversan a sí mismas y a su pasado. Son tristes valientes que pierden un pedazo de sí mismos.

No puedo borrarlos, pero no quiero tener siempre presentes esos que no me dejan seguir adelante. Por eso los escondo en todos los rincones que se me ocurren: detrás de una postal, aplastándolos entre dos personas o en ese sitio de la cartera donde tienes todas las entradas viejas y que nunca miras. Así siempre los llevo conmigo y rara vez me acuerdo de que los tengo.

El problema es cuando se me descuelga un recuerdo de su escondite. Quizás una chincheta se descuelga y una foto escondida tras mi nombre acaba en el suelo de la habitación. Cuando la descubro me mira, como si se estuviera burlando de mí a través de dos sonrisas, como si me dijera:

" ¿Ves? no puedes evitar sentir algo más que nostalgia por lo irrecuperable."

Entonces mi inconsciente se convence de que el recuerdo tiene razón y siente la impotencia de lo perdido mientras yo le grito una y otra vez que no tenga pena de que ese recuerdo exista. Y también escucho la voz de una amiga quinceañera que me dice "

"María, yo no he podido cumplir mi sueño, hazlo tú."

Es estúpido ahora y muy poco relevante, pero eso me tranquiliza y me da fuerzas para coger la foto del suelo, sostenerla unos segundos mientras me tiemblan las manos y pensar qué hacer con ella. Son segundos, puesto que al final acabo por buscar en el panel de corcho algo con que volver a taparla, esperando como un autómata que algún día pueda descubrirla sin sentir miedo o tristeza.

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