martes, 10 de mayo de 2011

Otros futuros del pasado



A pesar de que sigues apareciendo irremediablemente en mis sueños como algo idílicamente precioso, ahora por el contrario, me alegro de despertar en mi tangible realidad. Los dos, asidos al borde del precipicio solo por una mano, como nunca antes. Y en una tierna y última desesperación ella besó sus carnosos labios, como años atrás. Y él, inesperadamente le dijo:

“María, te quiero. Muramos juntos. Tírate al precipicio conmigo. No podemos vivir juntos, pero sí morir. Podemos apurar nuestros últimos segundos amándonos”

Y ella entonces lo entendió, siempre había sido así. Ella amaba la vida, y era fácil subir y sobrevivir, y continuar con la suya. Pero él, nunca había querido vivir con ella, aunque sí morir en un tierno y cál ido frenesí. Él continuó:

“Contemos hasta tres y arrojémonos al vacío. Uno… Dos..¡Tres!”

María no pudo pensar, sólo cerciorarse de que quería vivir, vivir y amar. Él se había soltado, pero ella había tenido los reflejos necesarios como para agarrarle el brazo.

“Sabes que siempre te he querido, pero nunca antes me di cuenta de que amarte significaba morir.”


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Ella estaba con su familia y él había pasado a visitar, dado el aprecio considerable que le tenía a algunos miembros de ella. Pero María no quería mirar, no quería volver a caer en la misma mirada verde vidriosa, que podía romper sus felices esquemas de un momento a otro, así que se mantuvo cabizbaja en todo momento. Él pareció darse cuenta, acostumbrado a acaparar toda la atención de la chica y su ánimo decayó considerablemente.

“Bueno, pues yo ya me voy” dijo, y en los oídos de ella esas palabras retumbaron y adquirieron un significado eterno. Alzó la vista, asustada y carcomida por recuerdos y obsesiones. Corrió hacia el recibidor, donde el chico estaba abriendo la puerta.

Le abrazó, muy fuerte, como si con eso fuera a conseguir retenerlo toda la vida, susurrándole con sus gestos “No te vayas”. Y entonces él se paró frente a la puerta y puso a María frente a sí.

“Lo siento, no puedo, lo he intentado” dijo el chico.

“¿A qué te refieres?”

“No puedo dejar de pensar en ti, te echo de menos y no importa lo que esté con ella, tú siempre permaneces. Te necesito.”

María sonrió. Había estado tanto tiempo esperando aquello que se abalanzó hacia él. Él la tomó entre sus brazos y la llevó al interior de su casa. Allí, ella comunicó la noticia a su padre, el cual se alegró mucho de la noticia. Después volvieron a salir de la casa.

Una vez allí, algo cambió en el interior de la chica.

“Un momento”. Se paró en seco. “No es justo, no es justo que me vuelvas a hacer lo mismo ahora que soy tan feliz. Yo amo a otra persona, por fin puedo volver a decir que estoy enamorada. Pero estoy atada irremediablemente a ti, eres parte de mí. No es justo, yo ya no te quiero, es diferente. Yo quiero compartir mi vida con este nuevo amor . Pero siempre estás tú que me atraes hacia este absurdo, serio, silencioso y cómplice agujero negro.”

Y empezó a llorar a lágrima viva. Lloró, lloró y lloró. Y sus lágrimas eran casi gotas de lluvias. Y casi os puedo prometer que me he despertado por el ruido de esas lágrimas cayendo en mi colchón.

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