martes, 22 de junio de 2010

Salto de Agua

Paseaba por un pueblo bastante peculiar: Estaba edificado a la orilla del mar y se extendía angostamente hasta llegar al extremo opuesto en el pico de una alta montaña tras seguir el curso escarpado a contracorriente del arroyo, entre las sombras apacibles de la oscura vegetación y las piedras mojadas. En la parte marítima, la arquitectura correspondía a la tradicional de los pueblos del interior de España, a partir del pie del monte, era típicamente inglesa. Atravesar el pueblo era como pasar de Tordesillas a Knaresborough en cinco minutos.

Yo me encontraba en la única avenida (ni que decir tiene que todas las calles eran peatonales) después de haber bajado una infinidad de escaleritas de madera. Me senté en el taburete de plástico de la terraza de un bar para descansar un poco. Sentado en suelo y apoyado en la pared, justo al lado del panel de los helados estaba Moisés, siempre ataviado con sus zapatillas de correr, unos vaqueros y no importa qué camiseta. Devoraba ávidamente cada detalle mientras su pelo moreno y algo largo, que normalmente se encontraba a metro noventa de los pies, se removía a su antojo. Me puse nerviosa y decidí ignorarlo.

-¡Ey, María!- Me dijo con un tono de voz más que despreocupado y con una sonrisa en los labios.
-¡Moisés! No te había visto. Qué sorpresa encontrarte aquí, pensé que nunca más volveríamos a vernos.
- Lo que son las cosas.- No borraba la sonrisa, me estaba hipnotizando.

¿Qué estaría haciendo aquí? La verdad es que ya me había encontrado con turistas bastante extraños, que se me quedaban mirando sin razón alguna. Todos ellos decían conocerme.

-Oye,-prosiguió- hay una chica sentada ahí que te está esperando.
¿Quién podría ser? Había venido sola, quería deshacerme del molesto estrés urbano. Lo último que me esperaba era este panorama.

Pero era Laura, hacía cuatro años que no la veía. Laura y su pelo negro (¿se lo había rizado?) Se la veía muy angustiada por haber suspendido Historia de España este último curso, ya que miraba con preocupación su boletín de notas. Cuando me vio, me abrazó largo rato mientras yo sentía que se llenaba un espacio vacío en mi interior.

Le presenté a Moisés más allá de las preguntas que se había cruzado anteriormente y parecieron llevarse bien. Decidimos ir al lado de la montaña los tres juntos, así que subimos toda la escalinata de madera. Yo iba la primera y al llegar arriba del todo me choqué con un hombre calvo, algo rechoncho y con gafas, que me saludó amistosamente. Me dio muy mala espina y decidí hacerle una foto con mi cámara analógica. Laura me miró con complicidad, tampoco se fiaba de aquel tipo. Al final decidimos irnos a dormir la siesta. La casa rural en la que me alojaba estaba en sentido contrario a la suya así que nos separamos.

Cuando estuvieron suficientemente lejos el tipo de la gafas me asaltó.
– Voy a matarte. ¡Corre!-
¿Quéee? Ese tío me quería matar sin darme siquiera una explicación. Parecía que iba en serio así que me escondí en la montaña y fui escalando por el río con una velocidad que nunca hubiera imaginado. Finalmente llegué al nacimiento. Estaba iluminado con algunos focos entre la oscuridad de la noche. No era un chorrito pequeño que nacía de una roca, sino que surgía de la raíz de un sauce con un gran caudal, se deslizaba 3 metros y después se precipitaba por un gran salto de agua.

El tipo de las gafas con su asquerosa sonrisa estaba agarrado al sauce a punto de resbalar y sujetaba amenazante a Laura, la quería dejar caer. Yo no podía hacer nada, si me movía me abriría la cabeza al caer por el salto de agua. Entonces una pedrada le hizo perder el equilibrio y soltar a Laura. El tipo se despeñó en la caída y mi amiga se agarró de mi mano. Sentí como me tomaban de la otra mano y nos sacaban del peligro.
Moisés me había salvado la vida.


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