lunes, 28 de junio de 2010

Absurdo atentado


16 de Julio de 2008


Cuando la iglesia de la plaza mayor cayó sobre todos los ciudadanos con la facilidad de un recortable de cartón al soplarle, me vi atrapada por el reloj de ésta. Poco a poco conseguí escabullirme y desorientada miré hacia mi alrededor.


Subí por las escaleras de un edificio de fachada marrón. Al llegar a la azotea descubría que había una piscina llena de gente. Una simpática y amable socorrista con una tranquilizadora voz comunicó que era terrorista y nos explicó los cinco tipos de bombas a arrojarían sobre la piscina, cuatro de las cuales no tenían efectos importantes. Las personas iban de un lado para otro intentando instalarse en los lugares que, a su modo de ver, tenían menos posibilidades de ser diana.


Transcurridas unas horas, la dulce socorrista se colocó en un extremo de la piscina y fue arrojando simultáneamente cuatro tipos de bombas. El resultado en los afectados fue a lo sumo la ropa chamuscada por completo. Solo faltaba una, la última, la peor. Bajé las escaleras a todo correr y me metí en una casa. Era poco recomendable hacer eso, por los escombros que podían caer, pero no me importaba. Junto a mí, un matrimonio buscada refugio en un abrazo.


Oímos el helicóptero y algo que atravesaba todos los pisos superiores. Un agujero se hizo en el techo y cayó a mis pies una especie de barra alargada que irradiaba color morado. El tiempo pareció detenerse durante unos segundos, mientras esperaba que aquel objeto explotase, pero solo salió un gas inodoro que comenzó a asfixiarnos. Huí como pude y fui a parar otra vez a la plaza mayor, donde me tiré a la hierba e intenté tomar aire.

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