domingo, 30 de marzo de 2014

Una sombra en el tejado

      Has vuelto a aparecer en mis sueños, como una sombra lúgubre en un edificio cerrado. Teníamos una cita. En mi mente, el único pensamiento al que podía acceder era: "¿Por qué estoy aquí?" No recordaba ninguna llamada. ningún mail, ningún mensaje. En realidad yo ya había restringido esas vías al máximo posible. Y, sin embargo, allí estaba, esperando en el balcón, mirando el Guadalquivir.

      Era de noche, y el río tenía una iluminación extraña. Círculos de luces naranjas se distribuían en una danza simétrica. Dos farolas de la calle se reflejaban en dos de estos círculos, queriéndome insinuar algo sobre la distancia infinita que separaba sus reflejos. Las luces naranjas, impenetrables, distantes siempre en tardes confusas de noviembre. No hacía frío, creo que era verano.

      Entonces llegaste y te sentaste junto a mí en el suelo de aquel balcón insípido. Hablamos de banalidades que recuerdo como un pitido leve en mis oídos. Pasado cierto tiempo dijiste "Bueno, comencemos", y me besaste. 

     Apreté mis labios oponiendo resistencia a aquel inesperado acto. "¿Por qué haces esto?" te pregunté algo ruda. "Hace mucho que no nos besamos, ya iba siendo hora. Hace como dos años." respondiste con total naturalidad. "Creo que son bastante más de dos años" corregí. Fue extrañó, me deje llevar. Pero solo lo hice por darme una oportunidad de saber que sentía, y creo que no sentí amor. "¿Te vas a divorciar?" te estuve preguntando toda la noche. Sus respuestas siempre fueron esquivas. 

    La madrugada llegó de improviso y el edificio empezó a llenarse de vagabundos. Tú querías hacerme el amor en cualquier esquina de aquel lugar pero siempre algo te lo impedía. Yo quería y no quería, y cada impedimento era una punzada de alivio en mi conciencia. 

     Bajamos a la calle y todo eran obras y drogadictos. Avanzaba segura y silenciosa, con la cabeza gacha. Me miraste y me dijiste "¿Adónde estamos yendo?". "Adonde siempre llegamos, al centro comercial." Sin dudarlo me cogiste la mano y echaste a correr. 

      Corrimos hasta que amaneció , y entonces empecé a correr más deprisa que tú, ya no podías seguirme el ritmo. Me giré para mirarte una última vez. Estabas desgreñado y gordo. Eras feo, una caricatura de ti mismo. Y me dí cuenta de que ya no te quiero.

   

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