sábado, 14 de enero de 2012

Cuatro Japonesas

Quizá fuéramos los últimos en salir de la facultad. Seguramente, ya que casi todas las luces estaban apagadas. Nos despedimos, era hora de volver a casa.

Ya era de noche, supongo que porque estábamos en Enero. Las luces de la calle eran naranjas, las odiaba, siempre me habían producido una especie de fobia, aunque no tanto como las luces blancas de las farolas, esas me producían un desasosiego intenso.

Me llené de valor y comencé a avanzar por una calle residencial, bastante ancha. Pero apenas había dado unos pasos me tope con cuatro mujeres que, inmóviles, me daban la espalda. Estaban en hilera y producían un fuerza invisible muy extraña que no me permitía acercarme. Tenían un moño muy grande e iban ataviadas con kimonos. Entre ellas se esparcían y flotaban flores de cerezo.

Al retroceder, algo asustada, un hombre casi me enviste con el coche. Insistía en que me subiera con él, pero sus intenciones no parecían nada buenas. Las japonesas me interrumpían el paso así que solo me quedaba volver a la calle principal mientras el tipo del coche me perseguía.


Allí, en el semáforo, casi milagrosamente, volví a ver a Eduardo en su coche descapotable. A pesar de ser de noche llevaba unas gafas de sol. Desesperada, le pedí ayudam que me llevará a casa. Con una cara más que amable aceptó a salvarme la vida.

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