lunes, 21 de diciembre de 2009

El Desvío a la Circunvalación

De nuevo en esa ciudad, en aquel hotel recargado de madera y de escaleras. Me encontraba en el minúsculo rellano que crujía levemente. En frente podía verme reflejada en un tocador, de estilo rococó, con el dorado ennegrecido y desconchado. Mi reflejo desvió la mirada hacia la figura que sale de la habitación de la izquierda. Era moreno, musculoso y con los mismos ojos penetrantes de siempre.

Me besó de forma breve y húmeda para después hacer que subiera a su coche. Dimos un paseo sin bajarnos del coche. Comencé a sentirme cansada.

-Riportami a casa, ti prego, mi addormento.- Le pedí.
-OK.-

Pero entonces tomó la salida a la circunvalación. Podía intuir el destino, uno de esos hoteles de paso, que ni siquiera tienen recepcionista. En efecto era un edificio de 6 pisos muy largo, de base rectangular, pintado totalmente de blanco con una franja azul en la planta baja. Al aparcar en la entrada me explicó:

- È un hotel soltanto per giovani. Ci divertiremo.

Sin saber muy bien a lo que me enfrentaba y llevada por la curiosidad abrí la puerta del Golf. Ni bien había puesto un pie en el asfalto del aparcamiento apareció mi chico, cabizbajo y entre dolorido y enfadado. Nos había estado siguiendo. Dijo que jamás me perdonaría lo que había hecho y que no lo volvería a ver.

En realidad mi cerebro no acertaba a comprender que era lo que yo había hecho que era tan horrible. Nada malo, nada recriminable. ¿De qué se podía quejar? Siempre le había dado todo lo que quería... Absurdo, totalmente absurdo. Y a pesar de todo no quería perderle.

Movida más que por mis fuerzas por la congoja entré en la recepción. Como había predicho solo había una maquina para meter la tarjeta de crédito y obtener la llave de la habitación. Sin embargo, el recinto recinto no era en absoluto como cabría esperar: era pequeño, las losetas eran de mármol frío y desgastado y la luz provenía de una bombilla desnuda en el techo que emitía una luz intermitente entre naranja y amarilla. En la pared una fila de sillas de plástico modelo "sala de espera de los hospitales" ocupadas por chicas y justo en medio Mire.

Mire, aquella chica tan pedante, absolutamente prepotente, con centenares de obsesiones y miles de carencias de personalidad. Me pidió que le explicara lo sudecido, petición bastante difícil para alguien que no comprendía los reproches de ese tipo. Al explicárselo comenzó a insultarme de forma cruel y contundentemente fácil. Le grité que jamás me entendería y salí corriendo al aparcamiento esperando encontrar a el chico del coche... para que me consolara.

Pero él no estaba dispuesto a hacerlo, solo me quería para divertirse. Habían llegado dos amigos suyos. Aunque comprendía su idioma a la perfección no podía entender su dialecto. Sabía que estaban hablando de mí y entendí que debería tener razones para tener miedo. Me dijeron que subiera al coche. No me quedaba otra, estábamos a kilómetros de mi hotel.

Subí. Que extraño, los tres tenían un bocadillo envuelto en papel de aluminio en la mano.

-¡Eh! Ma perchè io il panino non ce l'ho?.- Pregunté
-Tranquila, ce n'hai uno nella porta.- Me contestó uno de los que estaban sentados atrás.

Cogí mi bocadillo de la puerta del coche y lo agarré como si fuera lo último que me quedara, esperando ver el destino de mi viaje con estos chicos.

2 regalitos:

Antihéroe dijo...

El bocadillo es tu ancla de salvación :O
que paisajes de glaciar soledad nos traes, en una nevada tarde de diciembre...

Saludos

María dijo...

es lo que tienen lo sueños invernales...

Publicar un comentario

Lo más leído