miércoles, 25 de enero de 2012

Cruces de Caminos

Seguir el caminode frente
mirando atrás, pensando en Nietzsche
en que la senda es cíclica y
se cruza con ella misma.

Un camino que, imagino
es de baldosas amarillas
y también de albero,
con un Jesucristo de dibujos animados
caminando conmigo.
Creo que vi veinte veces
Mago de Oz en el pueblo
y que de pequeños nos hacían colorear
en la Iglesia demasiados cuentos.

Y recuerdo una voz que me dice,
"Tranquila, no se ha olvidado
de Friedrich y de sus frases.
Seguro que un día tus baldosas
se entremezclan en su ciclo.
Mientras tanto haz tu vida
sin pensar en cruces de caminos,
ignorando los pasados,
y no invoques los futuros"

¿Pero cómo se hace eso?
He preguntado a peregrinos
¿Cómo evitar la esperanza,
y no desesperarse al comprobar,
que la única ilusión que alcanzas
son retazos de carteles raídos?
Señales que te indican,
"Toma esta salida,
debes cambiar de camino
pero el desvío lo perdiste
en un maldito parque oscuro."

Y entonces me muestran
su camino de cosas extrañas
con cruces que me enfurecen
discusiones internas
que nunca acaban.
Y es cuando vuelvo a pensar
en las teorías matemáticas:
"Ojalá el mundo sea proyectivo
y el paralelismo cosa de hadas,
y nos encontremos en el punto de corte original
o, sin filosofía, en el hiperplano del infinito"

miércoles, 18 de enero de 2012

Salón

Esta noche he sido tremendamente feliz, como en tantas otras noches he cumplido un sueño.

Estoy harta de tener sueños de los que no quiero despertar, de saber que sólo podré sentir en ellos.

No me ayuda a querer vivir en la realidad.

sábado, 14 de enero de 2012

Cuatro Japonesas

Quizá fuéramos los últimos en salir de la facultad. Seguramente, ya que casi todas las luces estaban apagadas. Nos despedimos, era hora de volver a casa.

Ya era de noche, supongo que porque estábamos en Enero. Las luces de la calle eran naranjas, las odiaba, siempre me habían producido una especie de fobia, aunque no tanto como las luces blancas de las farolas, esas me producían un desasosiego intenso.

Me llené de valor y comencé a avanzar por una calle residencial, bastante ancha. Pero apenas había dado unos pasos me tope con cuatro mujeres que, inmóviles, me daban la espalda. Estaban en hilera y producían un fuerza invisible muy extraña que no me permitía acercarme. Tenían un moño muy grande e iban ataviadas con kimonos. Entre ellas se esparcían y flotaban flores de cerezo.

Al retroceder, algo asustada, un hombre casi me enviste con el coche. Insistía en que me subiera con él, pero sus intenciones no parecían nada buenas. Las japonesas me interrumpían el paso así que solo me quedaba volver a la calle principal mientras el tipo del coche me perseguía.


Allí, en el semáforo, casi milagrosamente, volví a ver a Eduardo en su coche descapotable. A pesar de ser de noche llevaba unas gafas de sol. Desesperada, le pedí ayudam que me llevará a casa. Con una cara más que amable aceptó a salvarme la vida.

Lo más leído